viernes, 28 de enero de 2011

Cuando empiezan a llegar fieles cargando materiales y yo le expongo mis inquietudes sobre la edificación del templo, el Viejo Tío Caraverde frunce el ceño con preocupación.

-Habrá que buscar, entonces, otra forma de construirlo.

Dicho esto, palpa las paredes de aire sobre el trazo ya difuminado de la tiza hasta que parece encontrar algo parecido a una puerta, y la atraviesa. Allí, tumbado boca arriba, yace largas horas. Ya ha anochecido y se han encendido los braseros cuando decido traerle una manta. Al abrir y cerrar la puerta imaginaria siento que estoy haciendo algo importante, sin saber el qué.

-No la necesito -me advierte sin abrir los ojos- aquí no tengo frío. Puedes quedártela tú.

No me pongo la manta. Si él allí sabe no tener frío, sin duda yo puedo intentarlo.

-No construirás el templo, ¿Verdad?

-¡El templo está construido! debes estar hablando de sus paredes. -"y de su techo, y de su suelo", pienso, pero callo- Para resolver ese problema es para el que he entrado. ¿Cómo construírlas sin Constructores y Carpinteros y Albañiles? ¿Cómo construírlas sin dinero ni materiales? Me ha costado mucho encontrar la respuesta... pero el templo me ha ayudado.

Espero, escéptico ante el evidente irrealismo del maestro, a que me exponga su idea, pero espero en vano. Cuendo sale al fin, nos habla a todos, a sus gentes, de la belleza del templo de Gong, y de lo afortunado que es de haberlo sabido ver. Habla de sus singulares detalles, como sacados de su imaginación más inmediata pero al mismo tiempo saturados de fascinación y melancolía... los sitúa en el espacio, y nos los hace visibles para que podamos aprenderlos y atesorarlos con su mismo cariño.

Poco tiempo después, como partícipes de una broma común, empezamos a frecuentar el templo por su umbral invisible, llamando la atención de los ciudadanos. Cuando un viandante atraviesa sus paredes figuradas, genera nuestras risas cómplices, especialmente en algún punto concreto como el ano del demonio Rátulo o la falsa puerta de Zedolux -el devoto tramposo- que lleva al cubículo de los invidentes, y el viandante se siente ciego a algo que está justo delante de él, a algo que podría hacerle tan feliz como a nosotros si supiera percibirlo... aunque en ocasiones alguien da con el verdadero umbral de la verdadera puerta, en cuyo caso le invitamos a pasar un tiempo con nosotros. Si se nos llama locos, respondemos con la afirmación del Iluminado "cuando tú controlas tu locura, mejor llámala felicidad".

Un año después, el "Templo fantasma" ya forma parte de la sabiduría popular... pero nuestra historia continúa ese mismo día.

Estoy fascinado por la construcción del templo, pero el Viejo Tío decide no aclararme por esta vez cómo lo ha hecho... tan sólo me dice que yo he de saber encontrar la respuesta por mi mismo. Pienso largo rato sobre ello, pero, aunque intuya la explicación, no consigo condensarla en palabras.

Al cabo de un tiempo vuelvo a preguntarle, pero él, con semblante inexpresivo, señala a otro adepto, de piel negra como el ónice y brazos surcados por cicatrices, con el que ya he hablado en alguna ocasión. Como entre nosotros carecemos de nombres -en respeto a los Nombres Verdaderos, que pertenecen al más-que-hombre- a partir de este momento lo llamaré Saligua, que es el pueblo, por mí desconocido, del que dice venir.

Saligua me venda con un áspero papel estampado, que ha estado llevando de pañuelo, y me aleja del lugar hasta que dejo de oir voz alguna. Nos detenemos, y él habla:

-No volverás hasta encontrar la respuesta, pues el camino es la respuesta.

Al atardecer, el viejo explicará que la materia prima del templo se llama Mei, un nombre que en palabras humanas sólo puede ser descrito como recuerdo, constancia y persistencia; sus manifestaciones activas y pasivas. Explicará esto y mucho más, pero yo no estaré ahí para escucharlo, sino lejos, sentado sobre un bordillo, para comprenderlo.

Ya ha caído el sol cuando me retiro la venda y me doy cuenta de que estoy solo; solo ante una calle maldita por la enfermedad y un pedazo de pergamino que me ha estado impidiendo ver pero que ahora está a punto de abrirme los ojos. En él se hayan dibujados todos los nombres conocidos del más-que-hombre: Tai, Dau, Ku, Gong, Mei, Sihn, Pa. Repaso en mi mente las enseñanzas que he recibido...

Empiezo a andar y, un paso detrás de otro, también a entender. Un paso detrás de otro, ese es el mensaje. Ese es el Mei. Ahora sé cómo se está construyendo el templo, y mi camino, y mi comprensión. Un paso detrás de otro... si nunca me detengo, llegaré.

Cuadernos de Nakko, fragmento del Tai-Mei