martes, 29 de junio de 2010

Fabulario Interminable, cuento siete

Toc Toc es un dios menor que interpreto en una partida umbriana; hijo de Arezos (interpretado genialmente por Corso).

Originalmente, mi intención no pasaba de pasármelo bien en una partida normalilla, pero el mono de escritor aficionado me asaltó y se me ocurrió una idea: convertir cada post en un pequeño relato independiente, con su propia estructurilla él.

Es algo que no se puede hacer en muchas partidas. En ésta, el laargo intervalo de tiempo de juego que ocupa cada turno (cinco siglos) y el hecho de que cada dios va bastante a lo suyo (el objetivo es, simple y llanamente, crear un mundo jugable) han permitido esta circunstancia.

Y bueno, si no hay voces en contra (sobre todo de Corso, que el pobre los va a ver por duplicado ;P) tengo pensado ir recolectando aquí los cuentos que se le ocurren al raruno de Toc Toc.

Os dejo con el primer cuento; la historia de Toc Toc.


_______________________
Fabulario interminable, cuento siete: Aaaarezos.


Donde vive Toc Toc, todos los pedacitos de instantes que existen han decidido que no van a ser los eslabones de una línea recta y aburrida de orden permanente, sino algo muy muy diferente.

Van a ser las piezas de una ciudad-laberinto incomprensible, en la que no hay ley alguna, y todo puede pasar. Allí las cosas no tienen por que caer al suelo, ni verse, ni poder tocarse, ni nada parecido. Pero, aun no habiendo gravedad, basta con que se imaginen con fuerza que caen para que caigan. Los pedacitos de instantes, además, no paran de reordenarse, lo que en un lugar como ese, en el que el tiempo es caótico, significa que están ordenados de todas las formas posibles a la vez.

Los habitantes de aquella ciudad tan rara tienen un nombre muy especial: trunkels. Los trunkels son extraños. Viajan por las piececitas de tiempo largo rato, como si buscaran algo, y viven tanto tiempo como su imaginación les permite tener esperanza. A menudo coincide, y se saludan, a veces viajan juntos. A todos los lugares se puede llegar siendo un trunkel; si no llegan a algún sitio es que simplemente no se les ha ocurrido cómo.

Los trunkels intentaron muchas veces poner un nombre a su ciudad-laberinto, pero en realidad no sabían lo que era un nombre... y de todas formas nunca se hubieran puesto de acuerdo. Vivir en una ciudad en la que el tiempo tiene miles de dimensiones para moverse puede estar muy bien, pero uno nunca se pone de acuerdo con sigo mismo, porque tiene al mismo tiempo todas las opiniones de su vida.

El caso es que entonces un espíritu vacío entró, tal vez encontrando un resquicio en el la línea del tiempo, en la ciudad-laberinto. Y eso era muy peligroso: la ciudad-laberinto es muy delicada; cualquier alteración externa arriesga su orden imposible. Porque claro, en una ciudad que existe según la imaginación de sus habitantes, el mero hecho de que un nuevo habitante no crea en ella hace que se tambalee... y ¿qué pasaría si convenciera a los demás? La teoría se convertiría en una especie de enfermedad que no tardaría en acabar con toda la imaginación de... de la ciudad, porque todavía no sabemos cómo se llama.

El nuevo habitante, sin embargo, no habría podido llegar allí si hubiera dudado por un momento de la ciudad. Él sólo quería creer, imaginar, y ayudar. Pronto se convirtió casi en un trunkel más, pero era un trunkel muy especial, porque tenía ideas que los demás no. Por ejemplo, se puso un nombre; Toc Toc, por saber llamar a la puerta de aquella ciudad laberinto al conversar con su imaginación.

Hasta entonces nadie había sabido por allí qué era exactamente un nombre. Fue él quien puso nombre, también, a los trunkels, y por eso digo que es un nombre muy especial el suyo. Y, antes de despedirse para siempre, también puso nombre a la ciudad. La ciudad se llamaría Arezos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario