martes, 21 de diciembre de 2010

Es esa misma mañana cuando una pregunta de la alguacil sobre la intención de Bo al acudir a la ciudad de Maarthan da lugar a su más memorable discurso sobre el cuarto toa: gong.

-Hasta ahora, yo sólo había pasado por pueblos cuyos habitantes se sienten parte de su pequeño todo: las cosas son más fáciles dentro de la tranquila pequeñez de sus limitaciones. Sin embargo, en Maarthan llega a ser difícil sentirse parte de algo porque nunca se podrá entender completamente nada... el contacto con tanta gente acaba por aislar a todos y cada uno de sus individuos entre sí y les hace perder la capacidad para identificarse y para sentirse cómodos con el mundo. Supongo que los caminos del más-que-hombre me han llevado aquí para que dé algo a lo que aferrarse a quien quiera aceptarlo; algo de unidad.

Dicho esto, el viejo se encarama al carromato, en cuyo techo, entre amapolas, se balancea un disco de bronce colgado de una sencilla estructura de bambú. Agarrando un bastón que le tiende uno de sus seguidores, golpea con inusitada destreza el disco, originando un sonido tan penetrante que los pétalos de múltiples amapolas se desprenden. Mientras varios adeptos los recogen para guardarlos en frascos, él explica:

-En realidad, mi bakkai sólo tocó una mínima superficie del disco; si esa mínima superficie hubiera estado separada del resto apenas habría sonado nada... sin embargo, el golpe ha hecho vibrar por igual a todas las partículas como si fueran una sola, y el aire ha vibrado con todas ellas, haciendo que los pétalos más maduros vibren también, y caigan. Yo he de ser el punto en el que el bastón impacta y hacer que la ciudad entera vibre con mi fe...

Tras la exaltación inspiradora que ha alcanzado durante su discurso, el viejo tío extrae un cacho de piedra blanca de un saquito y se abstrae en la tarea de dibujar un largo trazo irregular en el suelo adoquinado.

-¡Aquí está! -exclama finalmente, y suspira ante la visión del contorno de tiza ya acabado- Lo he encontrado. El templo de Gong.

Más adelante nos explicaría que el templo siempre había estado ahí; él sólo lo había sabido ver. Sus muros no estaban hechos, como muchos creíamos, de tiza, sino de algo inmaterial que nadie podría nunca borrar o destruir, un preparado de respeto, devoción y magia. Por sus propias palabras, "los templos no se definen por la dureza o estabilidad de sus muros, sino por lo que habita en su interior".

El templo de Gong tiene, según Bo, dos capas. La capa interior, del contorno hacia dentro, es el mejor lugar del mundo para la reflexión sobre el más-que-hombre. La capa exterior, del contorno hacia fuera -es decir, el resto del mundo-, es donde lo reflexionado se practica.

Cuadernos de Nakko, Tai-Mei

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